El toro, como elemento esencial en la estructura vital del hombre antiguo, formó parte indispensable del núcleo y de la periferia de ciertos mitos. Su interpretación permite ahondar, no sólo en la experiencia de lo sagrado, sino también en las preocupaciones, aspiraciones y conflictos de la Humanidad, resaltando aquellos aspectos de interés.
La muerte de Enkidu, compañero del héroe Gilgamesh, tras su lucha contra el terrible Toro Celeste, señalaba el castigo, que los pueblos mesopotámicos asociaban al desacato a la voluntad divina.
Los encantos de la seducción femenina fueron simbolizados en la bella e inocente Europa, princesa fenicia raptada por Zeus-toro, y en la astuta y desleal Pasifae, reina de Creta y madre del Minotauro, concebido de sus nefastos amores con un toro, enviado por el dios marino Poseidón.
Un mito tartésico localizado en el área del Guadalquivir (P. Ibérica) relaciona también a Heracles con Gerión, rey-pastor y símbolo de riqueza ganadera, cuyo reino se extendía junto al río Tartessos. Parte de sus vacadas fueron robadas por el héroe y llevadas a Tirinto (Grecia).
Por fin, la supervivencia en un luminoso Más Allá estuvo encomendada al dios frigio Mitra, cuyo toro solar, sacrificado por el bien del linaje humano, ofrecía un bautismo de salvación a sus adeptos.