Desde los orígenes más remotos de la Humanidad, la presencia del toro ha acompañado el devenir de los pueblos de las riberas del Mediterráneo y de las tierras del Próximo Oriente. Fruto de tan larga convivencia es la variedad de formas y matices en las que este hermoso animal ha estado y continúa aún inmerso. Documentos arqueológicos, literarios y artísticos llegados hasta hoy así lo atestiguan. Mesopotámicos y anatolios, egipcios y levantinos, chipriotas y cretenses, griegos, romanos e iberos, subyugados tanto por su nobleza y bella estampa como por su poder y su bravura mitificaron su figura, erigiéndola como símbolo común en torno al cual giraron muchas de sus concepciones socio-económicas y lúdico-religiosa.
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La civilización occidental, heredera de valiosas tradiciones y modos de vida, es depositaria de conocimientos y de sabiduría a través de los cuales el hombre moderno puede desvelar los cimientos de su propia Historia e interpretar muchas de las costumbres de sus contemporáneos. El toro bravo ha estado siempre presente en esa larga andadura.
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