Símbolo masculino |
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No cabe duda de que los juegos taurinos proceden de las prácticas venatorias. El descubrimiento de la agresiva respuesta del toro ante el acoso, sólo pudo originarse en la temprana observancia del cazador ante su presa. La nobleza de su embestida se convirtió poco a poco en el eje de su enfrentamiento con el hombre, quien antes de darle muerte se complacía en arriesgar su vida, desafiando sus mortíferos pitones con valor y audacia para recibir como premio la admiración y el respeto de su comunidad.
Las prácticas lúdico-cinegéticas fueron adaptando diversas modalidades, conformando el sustrato y fundamento de las celebraciones de hoy. La cabeza y las astas del animal constituyeron los más preciados trofeos exhibidos como máscaras, tocados y amuletos, transmisores de la fuerza y poderío del toro bravo, que transformaban a su portador en la propia encarnación de los valores viriles del gran macho taurino.
Egipto y Anatolia, y particularmente la isla de Creta, desarrollaron durante siglos desafíos de toros con toros o bien, de hombres y toros, asociados siempre con sus celebraciones religiosas. Roma recogió gran parte de estas tradiciones, desacralizando sus contextos y reduciéndolas a espectáculos para distraer y manipular a una multitud desocupada.
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